El verdugo

El verdugo

[…] Mis labores están en la ciudad, las suyas en el campo. Yo me levanto temprano para ir a mis tareas, él para las suyas. Él no presume hacer mi labor y yo no presumo hacer la de él. […]

Este es un extracto de un pensamiento de un erudito que alguna vez compartieron conmigo y, aunque parezca que carezca de significado o incluso de sentido, llegando hasta ser considerado “trillado”, la realidad es que dicho pensamiento encapsula cómo el autoconcepto y la humildad van de la mano. Y aunque el matiz de este escrito pudiera enfocarse más en el de Guerrero en un Jardín, la verdad es que muchas veces somos más conscientes de ello a nivel personal que cuando fungimos nuestra labor en nuestros puestos de trabajo o, viéndolo desde una perspectiva más amplia, las empresas —ya sean micro, pequeñas, medianas o grandes— también deberían tener esto en mente.

Y como lo hemos discutido en escritos anteriores, aunque muchas veces nos jactemos como especie de ser “evolucionados”, la realidad es totalmente otra, desde que mantenemos aspectos como la transferencia de conocimiento, las tribus, entre otros. Muchas cosas han mejorado a lo largo de los años, pero no han cambiado su esencia; por ejemplo, antes el término utilizado era “hay que echarle ganas”, hoy es “soy resiliente”; o a nivel de empresas, antes era “Recurso Humano” y hoy es “Talento Humano”.

Esto no lo digo con la índole de negar cualquier avance, mejoría o desarrollo que se tenga, sino para demostrar que las empresas, por muy pequeñas o grandes que sean, no carecen en absoluto del Factor Humano.

Todo esto tiene sentido ya que una empresa u organización es un ecosistema en sí. No por nada se tienen los distintos tipos de estructuras, procesos, estrategias y demás aspectos que la forman, sea formalizada o no. Sin importar su tamaño, todas comparten aspectos en cierto nivel.

Ahora bien, ¿dónde entra La Ruta del Sabor en todo esto? Justamente en un aspecto básico que toda organización tiene, sea un emprendimiento o sea una multinacional, pero que muchas veces, por la velocidad en la que vivimos en un mercado donde se nos ha instruido a perseguir las ganancias —porque si no alguien más las tomará— lo damos por sentado, e incluso algunos lo desconocen: La Cultura Organizacional.

¿Qué es la Cultura Organizacional?

A pesar de ser un tema trillado y “básico”, le sucede lo mismo que al “memento mori”: todos lo entienden, pero pocos lo comprenden.

Como lo mencioné, las personas y las empresas comparten el factor humano. En el caso humano, cualquier sociedad, ya sea de antaño o de nuestros días, siempre ha tenido ciertos principios que, aunque no estén escritos en piedra, guían la manera en que las personas se comportan entre sí. A eso, sin grandes complicaciones, le llamamos Cultura. Y, al igual que las sociedades, las organizaciones —sean del tamaño que sean— también poseen su propio conjunto de reglas no escritas: lo que hoy conocemos como Cultura Organizacional o Cultura Corporativa.

Esta Cultura Organizacional está compuesta, según Capriotti, por una tríada: las creencias, los valores y las pautas de conducta.

Las creencias son como las raíces ocultas de un árbol; están ahí, invisibles, pero son las que sostienen todo.

Los valores, en cambio, son esos principios que, aunque más visibles, no siempre se expresan abiertamente.

Finalmente, las pautas de conducta son los comportamientos que sí vemos, esas acciones del día a día que dan forma viva a la cultura que se comparte.

Dicho de otra manera, la Cultura Organizacional es la esencia de la organización. Es lo que hace que sus miembros actúen de cierta forma, tomen decisiones de una manera específica y —sin que siempre lo noten— transmitan al exterior lo que realmente es su empresa. Porque, al final del día, los colaboradores no solo trabajan para una organización: ellos son la organización (Capriotti, 2009).

Claro, este es un tema que para comprenderlo en su totalidad hay que estudiar todos los aspectos que lo componen y todos los que se desprenden de él, pero para fines prácticos nos quedaremos, por los momentos, solo con la explicación.

La índole de este escrito no es ayudarte a hacer la cultura organizacional de tu organización, para nada, ya que eso es muy propio de ella. Pero lo que sí se busca es despertar esa chispita de curiosidad que te haga cuestionar la cultura organizacional de tu empresa u organización, o de donde trabajas, ya que como hemos aprendido todos somos jueces y parte al comprar un producto. Pero cuando se trata de una empresa, ya sea nuestra o trabajemos en ella, somos jueces, parte y verdugos.

Desde que escuché el comentario de un comerciante del mercado local que decía:

"Es que en este país todos somos como jaibas: mientras una está intentando salir del balde, la que está debajo, en vez de ayudarle, lo que hace es jalarla hacia abajo" —refiriéndose a la competencia en general— me hizo pensar que no es algo de país, ni de región, sino algo global.

Nos han herido tanto que estamos predispuestos a lo peor, y la desconfianza en nuestro ser es la que reina, lo cual, con el tiempo, se vuelve parte de nuestra cultura. Y, al momento en que vemos a alguien brillar, en vez de verlo como estrella en el firmamento, lo interpretamos como un meteorito en nuestra dirección, decidido a acabar con nuestra existencia.

¿No será que tomamos todo muy personal?

¿Cuántas veces no he visto yo un negocio iniciando que se ve que tiene un buen camino por delante y, a las semanas, tiene un competidor dos cuadras abajo con el mismo producto y hasta el mismo menú, con precios más bajos? Para que, meses después, aparezca un competidor de este con exactamente lo mismo. ¿Libre competencia? ¡Claro!

¡Pero vamos! Estamos en un mercado saturado de las mismas opciones, ya todo sabe igual, porque no hay más que copias, ya sean caras o baratas, de lo mismo. Y al final, de esos tres que compiten en el mismo sector, las copias llegarán a extinguirse porque carecen de esencia. Y aquel que comenzó no es que salga invicto, ya que fue golpeado por el daño que sus “competidores” causaron.

 

No estoy en contra de la competencia, pero sí considero que esta debe ser justa. Podemos tener el mismo producto, ¿eso qué más da? Pero cómo lo ofrezcamos es de cada uno.

La competencia no es sinónimo de envidia, sino de diferenciación.

Nos han hecho creer que la violencia y tomar las cosas por la fuerza es la manera correcta, y es divertido... hasta que le das vuelta a la moneda y te toca sufrirlo.

Todo lo que va, viene.

Y si nos remontamos al concepto básico de “memento mori”, todo lo que hagamos eventualmente se nos devuelve.

 

 

Satoricha ~

 

Referencias

Capriotti, P. (2009). Branding corporativo: fundamentos para la gestión estratégica de la identidad corporativa. Business School Universidad Mayor.

 

 

Satoricha

Satoricha, el enigmático gato con sombrero, es un personaje que pocos han llegado a conocer, pero muchos se preguntan quién es realmente… incluso si existe de verdad. Algunos dicen que lo han visto entre hojas de té al caer la tarde, mientras otros creen que es solo una leyenda que acompaña historias antiguas sobre hospitalidad y momentos compartidos. Sin embargo, su presencia es inconfundible: elegante, curioso, y siempre un paso adelante. Nadie sabe exactamente de dónde vino o qué busca, pero aquellos que se cruzan con él no pueden evitar sentir que hay más detrás de esa mirada felina y su sombrero lleno de secretos.

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