Sabor a Mandarina

Sabor a Mandarina

Recientemente asigné al Portador del Sombrero y a Gu Shu para que fueran en mi representación a atender unos asuntos en la isla de Jeju, en Corea del Sur. Siempre es bonito conocer las diferentes perspectivas y vivencias que cada parte, desde su propio punto de vista, percibe. Es parte del encanto de tener aliados con distintos lentes: mientras uno observa los detalles, el otro capta el panorama; mientras uno escucha los susurros de la historia, el otro se deja llevar por los sonidos del presente.

Sin embargo, cuando algo está tan presente o tiene tanta relevancia en algo —o en alguien—, es difícil pasarlo desapercibido. Más aún cuando esa constante es un reflejo auténtico de su esencia. No importa qué tanto intentes ignorarlo; ahí está, hablando incluso cuando nadie lo nombra.

Hoy en día es común evaluar a un país por el tamaño de su economía, su infraestructura o sus aspectos sociopolíticos. Si bien esto, a priori, ofrece una idea general de lo que podríamos esperar, hasta cierto punto no deja de ser injusto. ¿Cómo es posible que valoremos el sentir de un pueblo por cuánto importa o exporta? ¿O por cuántos metros miden sus edificios, cómo es su sistema de transporte o cómo reaccionan ante decisiones que son individuales a un grupo, pero repercuten en todos?

Claro, ahí estamos hablando de un país… pero ¿qué pasa cuando nos referimos solo a una fracción de este? ¿Es realmente justo para su cultura y su gente asumir que, sin importar la latitud o longitud en la que nos encontremos, todo es igual? Vamos, si dentro de una misma ciudad encontramos un espectro de colores, ritmos y sabores, ¿cómo podríamos esperar homogeneidad en un país entero? La diversidad no es solo natural, es necesaria.

¿Qué me motivó, entonces, a escribir esta suerte de crónica sobre un viaje laboral del Portador del Sombrero y Gu Shu? Una reflexión publicada en redes sociales por un poblador de Jeju, que compartió unas palabras luego de recibir un obsequio inesperado de parte de mis representantes. Ese detalle aparentemente simple me recordó la profundidad que puede haber en un gesto auténtico.

Cabe mencionar que este regalo no tenía destinatario alguno. El Portador del Sombrero y Gu Shu tenían instrucciones de entregarlo a quien, según su criterio, consideraran indicado. ¿Y qué era el obsequio? Un llavero con forma de sombrero de copa, elaborado con tela lenca, un textil tradicional de la cultura hondureña.

¿Por qué? Porque va de mi parte. Y si aún no ha quedado claro: soy el Gato con Sombrero —un sombrero de copa, para ser precisos—. Ese sombrero es más que un accesorio; es un símbolo de presencia, de conexión, de identidad.

El mensaje que compartió aquel poblador fue el siguiente:

“Llegó un hondureño a St. (abreviatura de Stay Yeoeon).

Dijo que llegó a Jeju después de casi 30 horas para participar en la conferencia de té que se celebra en la isla.

Hablamos mucho y me dieron un regalo.

Este es un sombrero llamado ‘sombrero de copa’, hecho con una tela llamada tela lenca.

Cuando viajaba de mochilero, llevaba una mini habitación de piedra, y era tan pesada que recuerdo haberla regalado rápidamente para aligerar el peso de la mochila.

Tengo este pensamiento en mente:

¿Qué regalo representa a Jeju?

¿Chocolate de trigo? ¿Pescado como el pez espada? ¿Las arenas en forma de corazón tan populares estos días?

¿Quieres venir a la isla de Jeju?

Al fin y al cabo, parece ser una tarea progresiva de los creadores locales.

Espero que se hagan muchos productos maravillosos que representen a Jeju.”

Muchas veces, como locales, nos cuesta ver la belleza y la esencia de donde nos encontramos. No importa quién seamos ni en qué lugar del mundo estemos: es parte de nuestra naturaleza dejar de notar lo cotidiano. Tanto es así que llegamos a pasar por alto cosas esenciales, como el simple hecho de respirar —lo hacemos automáticamente hasta que alguien nos recuerda lo vital que es—.

Al escuchar los relatos del Portador del Sombrero y de Gu Shu, me llamó la atención cómo, a pesar de haber vivido experiencias distintas, ambos coincidían en algo: Jeju no se olvida fácilmente. Si bien cada uno la miró desde un lente distinto, trataron con personas diferentes y recorrieron caminos que no siempre se cruzaron, ambos coincidieron en que la isla tiene una fuerza silenciosa que se queda contigo.

Si me tocara describir Jeju en una sola palabra, diría: mandarina. Pero no cualquier mandarina, sino Hallabong. Esta fruta, que se cultiva en Jeju, no es particularmente grande ni llamativa a simple vista. Sin embargo, en cada gajo concentra un sabor vibrante, jugoso y lleno de carácter. Así es la isla. Así es su gente.

 

La historia de Jeju no es fácil, pero sí profundamente fascinante. Es una tierra que ha enfrentado desafíos duros y que, sin embargo, ha sabido florecer con dulzura. Un ejemplo de ello son las Haenyeo, conocidas como “las mujeres del mar”. Sin ayuda de tanques de oxígeno, estas mujeres se sumergen en el mar, enfrentándose a las corrientes y al frío, para recolectar alimento y productos marinos. Su práctica es un símbolo de resistencia, tradición y amor por la vida.

O pensemos en el libro Soy un niño triste, donde se recogen los sentimientos de quienes vivieron el trágico incidente del 3 de abril de 1948. Aquel suceso dejó una huella profunda en la memoria colectiva de la isla. A pesar de que el pueblo fue reconstruido, hay aspectos de su pasado que son difíciles de recuperar. El dolor, sin embargo, encontró refugio en la poesía. Como en el poema titulado “De cien años”:

“Cañas que crecen entre las grietas de las rocas. ¿Cuándo crecerán y florecerán?

Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa [representando disparos]

¿Cuándo florezcan, dirás todo lo que no pudiste decir hoy?”

No es que su gente sea perfecta, mucho menos su economía, su política o su estructura social. Pero si algo enseña Jeju es que, a pesar del sol abrasador, del mar desafiante, del frío implacable o del viento voraz, es posible dar un fruto dulce. Como el Hallabong.

Si pudiera responderle a Lee —el poblador que escribió las palabras compartidas en redes— le diría: si bien yo pude representar un pedacito de mi esencia y del país que me acoge, Honduras, mediante algo físico y simbólico, como un llavero de tela lenca, Jeju también me ha regalado su esencia. Quizá no en forma de tela, pero sí en sabor, en resiliencia, en su manera de abrazar lo suyo sin dejar de mirar hacia afuera.

Y, a decir verdad, ¿qué mejor manera de representar los matices de esta vida que mediante los sabores? La vida no se trata de estándares, de métricas ni de rankings. Se trata de ser capaces de percibir y disfrutar el espectro de colores, texturas y emociones que nos ofrece el mundo. No para juzgarlos, ni para separarlos, sino para combinarlos y crear algo aún más valioso.

 

Pensar en esto me llena de paz. Me recuerda que lo que hacemos como comunidad tiene un impacto. Nos permite construir puentes culturales, compartir saberes, derribar prejuicios. Cada paso que damos juntos, cada conversación, cada taza de té compartida, es una semilla que sembramos en el jardín de la empatía.

Al igual que el té, donde cada hoja infusionada cuenta una historia, o el café, en el que cada grano lleva consigo su origen, cada uno de nosotros somos un sabor. Un color. Una nota en esta sinfonía de humanidad. Y juntos, formamos un blend irrepetible que da cuerpo, alma y sentido a nuestros países, nuestras memorias y nuestros encuentros.

Hasta la próxima.

 

 

Satoricha ~

 

Satoricha

Satoricha, el enigmático gato con sombrero, es un personaje que pocos han llegado a conocer, pero muchos se preguntan quién es realmente… incluso si existe de verdad. Algunos dicen que lo han visto entre hojas de té al caer la tarde, mientras otros creen que es solo una leyenda que acompaña historias antiguas sobre hospitalidad y momentos compartidos. Sin embargo, su presencia es inconfundible: elegante, curioso, y siempre un paso adelante. Nadie sabe exactamente de dónde vino o qué busca, pero aquellos que se cruzan con él no pueden evitar sentir que hay más detrás de esa mirada felina y su sombrero lleno de secretos.

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