“Cada cual tiene su suerte en las manos, como un escultor la materia que convertirá en figura. Pero con ese tipo de actividad artística ocurre lo mismo que con las demás: nacemos apenas con la capacidad de realizarla. La habilidad para hacer de ese material lo que queramos debe aprenderse y cultivarse atentamente.”
~ Johann Wolfgang von Goethe
Este artículo aborda un tema incómodo y difícil, algo similar a hablar de religión, política o fútbol en la mesa. Ojalá fuera tan sencillo como decirle —y demostrarle— a un pseudocientífico silvestre que lo es. Como ya se ha mencionado en textos anteriores, estos personajes suelen ser el resultado indeseado de querer “ser más vivo” que los demás.
Sin embargo, nuestra sed de conocimiento, como toda regla, tiene sus excepciones. A veces nos lleva a terrenos aún más incómodos, donde muchos temen señalar errores por sentir que no tienen “la autoridad” para hacerlo.
El Gurú, el Maestro, el Especialista…
“Incluso la comida más amarga, consumida en libertad, es mejor que el alimento más dulce que se obtiene en servidumbre.”
Esa fue la frase con la que comencé El Duende y su Jardín, pero en estos momentos vuelve a mi mente y me lleva a preguntarme: ¿Y si somos esclavos de nuestra propia ignorancia?
Ah, claro… los “estudiados” no aplican a eso. ¡Ellos son los iluminados de la era moderna!
Justo de esos quiero hablar. Pero demos algo de contexto.
Soy de la opinión de que, a través de la conversación, podemos conocer otras perspectivas, aprender cosas nuevas, incluso crecer como personas. Además, cuando hay confianza, podemos llegar a compartir vivencias profundas.
Por respeto a la privacidad, evitaré dar detalles, pero no me abstendré de contar lo sucedido. Me comentaron que, tras una velada entre colegas, una amiga iba conversando con su anfitrión, quien al parecer vislumbraba un futuro brillante para ella. Sin embargo, no tardó en añadir algo más:
“Sigue mis pasos. Sé como yo, que soy sommelier de vinos, sommelier de sake, tostador de café, especialista en té y café…”
Vaya, qué impresionante curriculum vitae, ¿no? Pero la historia no acaba ahí. Él continuó:
“Yo puedo educarte en todos estos temas. Así, juntos formamos un equipo.”
A primera vista, suena como una oportunidad increíble. Pero, sin conocerlo, me atrevo a decir con total certeza: no es más que vinagre, hijo del vino.
He conocido suficientes ejemplos de “gurús”, “especialistas”, “mentores” y demás títulos pomposos. Muchos no son más que palabras escritas en un cartón (si es que lo tienen). Pero claro, nadie puede decir que no lo son: tienen un papel que los respalda, como tantos técnicos, licenciados, ingenieros, másters, doctores, etc.
Títulos hay de sobra.
Lo que escasea es aptitud y actitud aplicadas al conocimiento.
Si por títulos fuera, estarían hablando ahora con un gato mítico que usa sombrero y tiene cinco bigotes.
No digo esto para desprestigiar o invalidar el esfuerzo detrás de esos logros. Pero tampoco puedo ignorar que hoy en día está en auge una peligrosa tendencia: “Yo sé más que vos porque tengo este papel que lo dice.”
Como bien recordaba Gu Shu en Un Chapeau, Cinq Moustaches:
“Mis labores están en la ciudad, las suyas en el campo. Yo me levanto temprano para ir a mis tareas, él para las suyas. Él no presume hacer mi labor y yo no presumo hacer la de él.”
Nos hemos olvidado de la humildad necesaria para adquirir y hacer del conocimiento algo transversal.
Vinagre, hijo del vino…
El vinagre se obtiene cuando el vino fermenta más allá de lo deseado. En lugar de mantenerse como un producto refinado para el disfrute, se convierte en algo ácido, punzante y, muchas veces, considerado “arruinado” si lo que se buscaba era vino. Justamente esto pasa con aquellos “iluminados” que olvidan que antes no eran más que seres de las penumbras.
Ahora resulta que conocen —y son maestros— de años de tradiciones, interpretaciones y contextos cambiantes en el tiempo, no solo de un tema específico, sino de tres, cinco o más. ¡Estos seres son la representación en carne y hueso de lo que es la eficiencia!
Pero veamos… ¿no es común escuchar la frase: “El que mucho abarca, poco aprieta”? Pongámoslo de forma más sencilla: ¿De qué me sirve tener diez tazas de té si solo yo bebo de una?
Bueno, podría decirse que tengo variedad para elegir. Válido. Pero mientras una está en uso, las demás están agarrando polvo. Lo mismo ocurre cuando somos “expertos de cartón” en vino, sake, café, té, etc. Tenemos —hasta cierto punto— conocimiento, pero lo tenemos fragmentado. Y así, somos incapaces de comprender y vivir su transversalidad.
¿Entonces qué? ¿Es mejor volverse esclavo del conocimiento? En absoluto.
Lo que debemos hacer es especializarnos en un tema, entenderlo, comprenderlo. Poco a poco, ese conocimiento será como el botón de una flor, que irá abriéndose y mostrando sus distintos pétalos: caminos y aplicaciones que nacen de esa raíz común.
Tomemos un ejemplo simple: el té.
Su estudio puede extenderse hacia el vino o el café. Pero eso no significa que un entusiasta del té lo sepa todo sobre estos otros mundos. Puede, si lo desea, iniciar su comprensión en esas materias relacionadas con el té. Parecen lo mismo, solo que con diferente disfraz. Sin embargo, es como en la repostería: la secuencia y forma en que se integran los ingredientes determinan el resultado. Y ahí no hay nadie más a quien culpar que al repostero.
No estoy en contra de los títulos, mucho menos del aprendizaje continuo.
Este escrito, de hecho, busca rescatar el verdadero motivo detrás del cartón: poder conocer, comprender, aplicar el conocimiento…
Y lo más importante: saber transmitirlo.
Hoy por hoy, muchos de nuestros iluminados gurús se enfocaron tanto en la tinta que marcaba su cartón, que olvidaron cultivar el conocimiento en sus mentes.
“Quien no pasa de pupilo, paga mal a su maestro.”
~ Friedrich Nietzsche
Por ende: elijan bien a sus maestros y aprendan a aprender, para que, aun siendo expertos en un tema, comprendan que no somos más que pupilos en esta vida que es muy corta para conocerlo y aprenderlo todo.
Satoricha ~
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